
Covid 19 y sus impactos. Los marino bajaron del barco el 15 de marzo en España y tomaron el camino rumbo a Honduras, pero el coronavirus les complicó el viaje. Pasaron de todo y llegaron a Punta Gorda hasta el 16 de junio.
Tegucigalpa, Honduras 20 junio de 2020.- Regresar a casa es sinónimo de felicidad, especialmente cuando ha sido un largo camino. La emoción de estar nuevamente tu tierra y ver el rostro de tus seres queridos es como un sorbo de agua en una garganta atacada por la sed.
Pero a muchos les cuesta más de lo normal, es el caso de Roger Zapata y Austin Ramírez, ambos originarios de la comunidad garífuna de Punta Gorda, municipio de Santos Guardiola en Islas de la Bahía.
Trabajadores del mar en las compañías Baleares y Trasmediterránea, Roger Zapata y Austin Ramírez dejaron sus barcos el 15 de marzo de 2020. Sus superiores les indicaron que debían regresar a casa para mantenerse a salvos de la Covid 19. Para ese momento la enfermedad era ya una tormenta en España y todos estaban muy nerviosos.
El periódico Hoy, consigna que en España el 15 de marzo fue el “primer día del estado de alarma y el deber de confinamiento de los ciudadanos. Grandes ciudades y pequeños pueblos amanecen vacíos. Las salidas sólo se permiten en caso de extrema necesidad”.
Dos días después, España supera los 10.000 casos de Covid 19. Hay 491 muertos y 1.028 recuperaciones. El Gobierno de Pedro Sánchez anuncia sus medidas anti-crisis. Una inyección de 200.000 millones de euros.
Mientras tanto, en la industria turística y más en los cruceros había mucha confusión. Muchos puertos en el mundo se cerraron y en consecuencia, muchos barcos quedaron prácticamente en el limbo.
De Madrid a Cuba y después

Roger Zapata bajó en Almería, se dirigió a Madrid para tomar el avión con rumbo a Cuba y posteriormente a Nicaragua. Todo era normal, hasta llegar al hermano país centroamericano, ahí se enteró que los aeropuertos y fronteras de Honduras estaban cerradas.
Honduras había decretado toque de queda absoluto desde el 16 de marzo, contrario a Nicaragua donde todo era normal. Los dos marinos -Zapata y Ramírez-pasaron 2 semanas en un hotel –pagando ellos sus costos- a la espera que Honduras, su patria, abriera las fronteras algo que nunca ocurrió.
Decidieron entonces tomar un taxi por 90 dólares que los llevara a la frontera. Al llegar ahí, unos militares hondureños los condujeron para que se hicieran las pruebas del coronavirus, luego de lo cual, recibieron salvoconducto para que pudieran viajar a La Ceiba.
Ya estaban en Tegucigalpa y como no había transporte, consiguieron un aventón hasta San Pedro Sula con otros marinos cuyos familiares habían llegado a traerlos. De San Pedro Sula a La Ceiba tuvieron que pagar 2 mil lempiras para que los trasladara un taxista.
Al estar en La Ceiba el 3 de abril pensaron que el suplicio había terminado. Ya con poco dinero en sus bolsas. Solo sabían que, al ser naturales de las Islas de la Bahía, no sería problema regresar a casa. Dar el salto de La Ceiba a Roatán, era pan comido para ellos, pero no sabían lo que estaba pasando en la isla.
Tormenta en la isla
El alcalde Jerry Hynds y el gobernador departamental Dino Silvestri, de la clase alta de la isla, habían decidido parar todo ingreso al sector. Impusieron medidas. Hasta lograron que voluntarios patrullaran los alrededores para que no hubiera ingresos “clandestinos”. En caso que alguien llegara sin ser visto, ofrecían recompensas para quien los denunciara.
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Zapata y Ramírez, ya sin dinero quedaron en casa de familiares en La Ceiba a esperar que las autoridades cambiaran su decisión. En esta espera, hubo protestas en la isla. En una de ellas, la Policía por orden del alcalde disparó bombas lacrimógenas contra su propio pueblo.
La protesta era simplemente para pedir que dejaran ingresar a sus hijos y parientes varados en La Ceiba, pero fueron reprimidos con lacrimógenas. En el grupo al que le lanzaron lacrimógenas había mujeres adultas y madres jóvenes, esposas. Era una acción pacífica.
Para más inri, días antes, un grupo de taxistas de Roatán, la mayoría de los cuales no son originarios de la isla, habían hecho también una protesta, pero a ellos no les recetaron lacrimógenas. La pregunta es ¿por qué a unos sí, a otros no?
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Posterior a la represión, autoridades y pueblo se reunieron. Los represores se disculparon, pero nunca de manera pública como se les exigió. Resultado de esa reunión, establecieron cobrar al que quisiera entrar a la isla. Según ellos, el cobro, era para cubrir los costos de la cuarentena obligada.

Las tarifas que regían en la isla
Estas tarifas fueron resumidas por Ramírez de la siguiente manera: 805 dólares en el caso que hubiera 3 personas juntas –posiblemente en una cabaña- Si solo fueran dos la cifra sube a 900 y si alguien quería estar sólo, tenía que pagar la frijolera cantidad de 1 mil 100 dólares.
Pero para Austin Ramírez, ¿Quién, después de tres meses sin trabajar, va a pagar eso? “Somos el único país del mundo en cobrar esa cantidad de dinero por ir a cuarentena.
A todo esto, hay una extraña coincidencia, el Ferry que cubre la ruta de La Ceiba a Roatán y el hotel designado para la cuarentena pertenecen a familiares. Que están también en el poder político de la isla.
Es innegable que las cuarentenas son pagadas por el gobierno. Solo en Honduras y específicamente en la Islas se cobra por ello. La indignación era tal que se propagó todo tipo de insultos, ofensas, ataques y contraataques en las redes sociales.
También en la isla hubo mucha indignación porque mientras regían las supuestas medidas, fueron vistas personas que ingresaron sin recibir los controles. Claramente las medidas eran discriminatorias, es decir aplicadas a unos y a otros, no.
Escena del crimen
Ya a finales de mayo, desesperados por llegar y cansados del trato de las autoridades, Zapata y Ramírez y otros en la misma situación, tomaron una lancha para viajar a su lugar de destino. El viaje de madrugada, con el inminente peligro, duró cuatro horas.
Al llegar al punto y para hacer las cosas correctamente, llamaron a las autoridades para que vinieran a hacerles el protocolo correspondiente, también llamaron a la prensa. Pero increíblemente los de Salud nunca llegaron, quienes llegaron fue la Policía Militar, Policía Preventiva y Justicia Municipal y ¿qué hicieron?, marcaron el área con cinta amarilla, una escena de crimen.
“Estuvimos 12 horas bajo el sol, nunca llegó SINAGER y nadie de Salud. Solamente nos contactó un abogado de derechos humanos para hacernos nuestro salvoconducto, y que nos llevaran a cuarentena, pero hubo una orden del alcalde de Roatán y nos arrestaron, nos echaron como delincuentes, como narcotraficantes, como leprosos”.
Tras el periplo –con las cuatro horas de viaje a cuestas y el sol por la espera de Sinager- pidieron agua y no se les dio. En el grupo había una mujer embarazada y tampoco se le atendió. Ese día, al anochecer, fueron regresados a La Ceiba en una lancha naval, a manos de un piloto aprendiz.
3 meses después llegan y… a otra cuarentena

Vale decir que, en este intento por llegar a sus casas, lo hicieron a la jurisdicción del municipio de Santos Guardiola, pero quien dio la orden de regresarlos fue el alcalde del municipio de Roatán. “Es increíble, nacidos y criados en Punta Gorda, con ancestros ahí, regresarnos por orden de una persona que no pertenece al lugar”.
En ese viaje, por coincidencia, iba también Miguel Tejeda, un dirigente de patronatos, mestizo de Roatán. Ramírez y Zapata, no lo conocían, pero ya luego sabrían quién era. Al llegar la Policía Tejeda fue esposado . Aparentemente el poder político en Roatán decidió que no lo quieren ver en la isla porque lo consideran un azuzador.
Su captura y de más, fue un espectáculo.
Es tal la contradicción, la injusticia que las campañas del gobierno contra el Covid 19 decían “Quédate en casa”. ¿Entonces nosotros para donde es que teníamos que ir?, se preguntaba Austin Ramírez.
El 16 de junio, finalmente los dos marinos de esta historia y seis más, compañeros de suplicio, pudieron pisar el suelo que los vio nacer. Una persona de Punta Gorda se ofreció para albergarlos en cuarentena, pero tuvieron que pagar siempre 1 mil 700 lempiras para este proceso. Además, el dueño de la casa, también tuvo que pagar 1 mil 700, según Roger Zapata.
Al cierre de esta nota, siguen de cuarentena, pero ya en casa.
y
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