¿Dónde nos perdimos? ¿Tendremos también que pagar a los tamboristas en las festividades, conmemoraciones y actos religiosos y culturales de las comunidades garífuna?
Tegucigalpa, Honduras 5 de julio de 2020.- Han pasado ya algunos días desde que la señal televisiva y fotografías de la Misa Garífuna transmitieron al mundo, la imagen de una abuela tocando el tambor garífuna. Muchos lo vieron como el anuncio de mujeres al poder, rompimiento de esquemas, el triunfo del feminismo o el radicalismo exacerbado bajo la fórmula de no “necesitamos hombres”.
Fueron tantos pareceres como personas que lo vieron pero aquello fue completamente inusual. La abuela tomó el tambor primera a la par de un “nietecito”, le puso el ritmo a aquella jornada histórica, tocaba muy bien, sobresaliente, pero verla a ella, tal vez con sus débiles fuerzas nos conduce a una reflexión que inicia con una pregunta: ¿Qué está pasando con los tamboristas?
No ha pasado mucho tiempo desde que comenzamos a pagarles a los tamboristas y hasta ahora parece ser que no fue la mejor idea. No es que no lo merecen, el problema es que entró este saber ancestral en un proceso mercantilización. Antes el ser tamborista era como un rey sin corona. Era un ser bien posicionado en los afectos de la comunidad. Tenía su peso, representaba algo. Era como un patrimonio comunal.

Con esta reflexión parece que ya nos metimos en la mente de Marx que dicen en el Manifiesto Comunista que la burguesía (capitalismo) ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.
Sigue Marx: La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares (o comunales), y las ha reducido a simples relaciones de dinero.
De regreso a la comunidad garífuna erróneamente comprendimos que había que pagarles (dinero) a los tamboristas (dumbri) cuyo talento entre otros en tocar (percutir) los tambores, ofrecer sus dotes y talentos otorgados (dados) por nuestros ancestros que deben estar al servicio de las expresiones danzarías y musicológicas de nuestra cultura, para alegrar nuestras fiestas y conmemoraciones.
Pero ya pasaron aquellos tiempos. Los garífunas hemos perdido mucho y cada día perdemos más. Algo se ha roto y la figura del tamborista, ya no se entiende con aquel talento que venía de los ancestros, sino que como un oficio de alta demanda.
Los “dombri” poseen la capacidad mítica de descifrar los códigos rítmicos del garabon o gaon en la práctica de los ritos ancestrales.
Estos personajes tienen una importancia crucial en las comunidades Garífuna, conoce y ejecuta el tambor garífuna que como sabemos constituye con sus poderes míticos y mágicos un fuerte poder convocante de nuestros Ancestros (Gubida, jiyuruwa, ahari).
NOTA: Ya avanzada la misa la abuela le dio el tambor a un joven. No la terminó, pero hizo historia y nos hizo reflexionar. ¿Qué nos pasa?
Redactado con colaboración del abog. Naun Batiz
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