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Loretta Lynch. Foto de http://gretawire.foxnewsinsider.com |
Hubo un día en el que Lorine Lynch se plantó. En uno de esos
viajes de fin de semana, en los que solía acompañar de parroquia en
parroquia a su marido, el pastor baptista Lorenzo Lynch, decidió no
volver a utilizar los cuartos de baño para personas negras que había en
las gasolineras o bares de carretera. “No creo que fuera un momento muy
crucial de su vida, simplemente llegó un día en el que lo sintió, vio la
situación y dijo: ‘Esto no es justo y no lo voy a hacer más. Esta no es
la América en la que creo; en la que quiero criar a mis hijos”,
contaría muchos años después, hace pocos meses, la mediana de los tres
hijos de los Lynch, que es la mujer que ha removido las cloacas del
fútbol mundial y sacado a la luz un sistema corrupto, que presuntamente
ha operado durante dos décadas y que alcanza a las más altas instancias
de este deporte.
La
fiscal Loretta E. Lynch (Greensboro, Carolina del Norte, 1959) creció
en Durham, en un sur de Estados Unidos aún muy lastrado por la
segregación, pero le tocó una familia en la que el padre, predicador de
cuarta generación y líder de la lucha por los derechos civiles, y su
madre, bibliotecaria, esa que desafió las normas racistas, le marcaron a
fuego una lección: no hay un camino alternativo a la lucha. Su abuelo,
comunero, había dado cobijo a negros que huían de las leyes racistas de
la época.
“No hay duda alguna, es muy palpable toda la influencia que sus
padres han tenido en su carrera, en sus valores y también en su
determinación”, apunta la abogada Jamie Gorelick, que trabajó en los
noventa como número dos de Janet Reno,
la primera mujer en ocupar en EE UU el puesto de fiscal general, que
equivale al de ministro de Justicia. Fue en esa época en la que Gorelick
se encontró por primera vez con ella.
La hija del pastor Lynch también rompió su propio techo de cristal el
pasado abril al convertirse en la primera afroamericana en ocupar el
puesto de fiscal general de EE UU, la segunda mujer después de Reno. Le
avalaban una carrera de bajo perfil político que inició en la escuela de
Derecho de Harvard, donde se graduó en 1984, y como fiscal de Nueva
York; allí asumió casos de corrupción, terrorismo y mafia.
Lynch hizo caminos de ida y vuelta entre el sector público y el
privado. Al dejar la Universidad, dio sus primeros pasos como abogada en
una firma de Nueva York llamada Cahill Gordon & Reindel, donde era
la única mujer negra junto con Alysa Rollock y Anette Gordon-Reed. Las
tres respondían al apodo de The Triplettes. Salían a comer, a
cenar, solían reír y apoyarse las unas a las otras, recuerda
Gordon-Reed, que también se formó en Harvard, donde ahora enseña.
“Las cosas eran más difíciles para los negros a mediados de los
ochenta por la forma en la que los bufetes estaban —y están—
estructurados. El éxito no depende solo de su trabajo, sino también de
cómo encajas en el programa. Tener un mentor, que es muy importante, era
más difícil para los jóvenes negros. Creo que era igual para las
mujeres”, reflexiona la profesora.
“Creo que las cosas para las mujeres son más fáciles ahora que cuando
Janet Reno fue fiscal general”, recuerda Gorelick, aunque las
profesionales en altos puestos de mando “siempre se topan con el
problema de que, si son sensibles al entorno y a las consecuencias de
sus actos, parecen blandas, y si eres dura también parece demasiado
agresivo e inaceptable”. Para la abogada, “Loretta ha encontrado ese
punto de equilibrio, es muy decidida, pero también tiene muy en cuenta
la repercusión que sus decisiones tienen en la comunidad”.
El 3 de diciembre, cuando expuso la segunda fase de acusaciones de corrupción contra otros 16 cargos de la FIFA,
la organización que dirige el fútbol mundial y mueve miles de millones,
se expresó con contundencia: “El fraude a la confianza aquí es
indignante, la escala de la corrupción es inadmisible y el mensaje de
hoy debería ser claro para cualquier culpable que permanezca en la
sombra, esperando a librarse de nuestra investigación: no escapará de
nuestro foco”, advirtió.
Lynch arrancó la macroinvestigación sobre la FIFA cuando aún era
fiscal de Nueva York, en un país donde el fútbol es un deporte
minoritario, porque algunas de las operaciones irregulares se realizaron
a través de bancos estadounidenses. Ya son 41, de momento, las personas
o entidades envueltas en esta trama.
La lucha por los derechos civiles y humanos ha estado muy presente en su trabajo. En los noventa trabajó pro bono (sin retribución) para el Tribunal Criminal Internacional de Ruanda, establecido tras el genocidio de 1994.
En su hoja de servicios también destaca el caso de Abner Louima, un
inmigrante haitiano que fue violado en 1997 por un policía uniformado en
una comisaría de Brooklyn, cuando trabajaba en la oficina de la
fiscalía, un proceso que tuvo una enorme repercusión política y
mediática y para el que, según contó Lynch más tarde, tuvo que aislarse.
Dos años después, el presidente Bill Clinton la nombró fiscal federal para Nueva York, cargo que ocupó hasta 2001.
Luego volvió al sector privado. En la firma Hogan & Hartson
trabajó con ella el abogado Dennis H. Tracey III, quien destaca su
humildad. “Ella jamás llegaba a una reunión y trataba de imponer su
visión, y tampoco hacía gran ostentación cuando sabía más que los demás,
pero era muy meticulosa, bajaba a los detalles más nimios de cada
caso”, apunta. Dos meses antes de incorporarse a la firma, Tracey la
llamó para consultarle una duda. “No lo dudó ni un momento, vino conmigo
y, aunque aún no estaba oficialmente en la firma, me ayudó a sacarlo
adelante sin cobrarlo”.
Casada y con tres hijos, regresó al servicio público en 2010, cuando Obama
le pidió que retomara su trabajo como fiscal en la oficina de Brooklyn.
En sus ocho meses como fiscal general se ha enfrentado a casos de
afroamericanos muertos por disparos policiales y los tiroteos masivos de
los llamados lobos solitarios.
Una anécdota muy extendida de su biografía, que el padre de Lynch contó a The Observer,
ilustra bien tanto sus capacidades como la atmósfera en la que creció.
En su escuela de Durham, mayoritariamente de alumnos blancos, sacó tan
buena nota en una prueba que los profesores desconfiaron y le pidieron
que la repitiera. Allí se graduó con distinción. Lo hizo y mejoró la
puntuación. De su madre, dice, aprendió que “se pueden hacer grandes
cambios discretamente, con las decisiones que vas tomando sobre lo que
aceptas y lo que no”. (Tomado de Diario El País)
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