Sha’Carri Richardson, con su victoria en la final de los 100 metros lisos, destronó a la reina de la velocidad, la jamaicana Shelly-Ann Fraser-Pryce.
La ‘enfant terrible’ del atletismo implosionó en el Mundial de Budapest y consiguió, al fin, la medalla que desde hace años vaticinaban que llegaría por la magnitud de su talento.
Sha’Carri Richardson, la figura más disruptiva del panorama atlético y un enorme personaje mediático venció a lo grande el 100m del Mundial de Budapest, la prueba reina de la velocidad, con un crono de 10”65 (con viento en contra de -0,2).
Completaron el podio las jamaicanas Shericka Jackson con 10”72 y Shelly-Ann Fraser-Pryce con 10”77.
A sus 23 años, Richardson se ha erigido como un icono de rebeldía que utiliza su talento para desafiar los convencionalismos estéticos y vitales de un mundo en el que no encaja.
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“Encontré la paz conmigo misma al regresar a la pista”, dijo en su día después de volver a competir tras ser castigada sin poder debutar en los Juegos de Tokio 2020 al dar positivo por cannabis.
Sin madre y sin padre
La velocista soltó toda su ira sobre la federación norteamericana, que le aplicó un castigo severo pese a ser la gran favorita para lograr el oro olímpico.
Sha’Carri viste el mono de competición de forma extremada, con la cremallera abierta hasta el escote, con su extensa colección de pelucas, pestañas postizas y sus extravagantes uñas de porcelana.
Su apariencia forma parte de su juego expresivo, del espectáculo que quiere ofrecer en la pista cada vez que compite.
Convierte cada campeonato en un show que la gente espera con impaciencia. Un carácter indomable que creció en un hogar desestructurado de un barrio marginal de Dallas, sin padre, abandonada al nacer por su madre drogadicta y que ha confesado que ha intentado suicidarse en alguna ocasión.
Además, recientemente hizo pública su homosexualidad, postulándose, así como otro referente de un colectivo muy castigado.
Tomado de MundoDeportivo
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